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Hojas de vid necrosadas por la afección de una plaga

Hablamos con frecuencia de los dos principales mercados del vino: el de la bodega pequeña, proyectos familiares antiguos o modernos que con los años han podido crecer pero que en todo momento han conservado una metodología tradicional que necesariamente pone límites a la productividad, y el de las bodegas grandes, que funcionan al 100% como una empresa que busca el rendimiento económico, en la que se realizan grandes inversiones, en la que los procesos se mecanizan lo máximo posible tanto en el campo como en bodega. Hablamos de bodegas capaces de producir mil, diez mil o cien mil botellas, o de otras capaces de embotellar millones de unidades cada año y que como producto insertado en un gran mercado, cuentan con la presión de sacar unos vinos que mantengan siempre un nivel, un sabor, unas condiciones. Para conseguir esta regularidad, los vinos a menudo son tratados (en la más absoluta legalidad tanto de los Consejos Reguladores como del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente) utilizando determinadas sustancias que, por decirlo de algún modo, eliminan el terroir, la personalidad del vino. En Vinófilos, sin demonizar tampoco la industrialización del sector, defendemos y representamos bodegas del primer grupo. Aquellas capaces de producir vinos representativos de su zona, su terroir y su tradición. Hay público para todos, eso está claro. Pero el mercado de las grandes producciones no es el nuestro.
 
Y luego encontramos, cada vez con más ruido, el debate entre la viticultura natural o ecológica y aquella en la que los productos fitosanitarios cumplen un papel fundamental e inevitable. Tampoco lo criticamos. Aquí no hay nada blanco o negro, hay muchos colores por medio. Hay productores que practican una viticultura natural por convicción pero que tampoco se explayan en decirlo. Se nota en sus vinos, y punto. Es el producto el que habla. Hay otros que lo hacen y además se preocupan por conseguir una certificación que les permita poner en la etiqueta un sello que califique sus vinos como «Ecológicos». Algo absolutamente respetable. Como digo no hay extremos A y B. Es una estrella con muchas aristas. Dentro de lo natural encontramos a menudo lo biodinámico, que conlleva metodologías ecológicas con algunas otras reglas que alcanzan casi lo metafísico. Los muy biodinámicos son tachados de locos, como lo fueron hace años los naturales (que todavía hoy también reciben lo suyo) pero el caso es que tanto unos como otros dicen: esto funciona. Uses la metodología que uses, estás sacando un producto que también tiene su mercado (cada vez mayor) y los clientes están encantados. ¿Qué más necesitas?

Luego encuentras casos intermedios. El de bodegas que tienen producciones medianas, que hace años utilizaban algún que otro producto fitosanitario para evitar las tan temidas plagas que pueden afectar a la planta y por tanto al rendimiento, y que ahora hablan de volver a lo tradicional, a lo natural, a la convivencia de viñas con determinadas plantas, con abonos naturales y tratamientos ecológicos, con la presencia de ganado en los viñedos… ¡Hasta de calendarios lunares! Se acercan cada vez más a lo que contaba antes: lo natural y biodinámico.

Dice Pilar Higuero (productora natural y biodinámica que produce vinos en Sabariz) que «las trochas (caminos) que abren los locos son los que luego caminan los demás». Y tiene toda la razón. Ahora encontramos muchas bodegas que buscan estas ‘trochas’ para caminarlas, al menos en parte. Buscando más calidad basada en conseguir personalidad en el vino. Nos remontamos a mayo de 2014 para escuchar el podcast de Placeres Mundanos de RNE, en el que Pilar Higuero participó explicando notas muy importantes sobre su trabajo y su filosofía. Dejó muchas sentencias de peso, pero selecciono una que me marcó: «Tú no puedes estar generando vida cuando estás dispensando muerte».

En resumen, los naturistas y los que no lo son se enfrentan a los mismos problemas: enfermedades, hongos y plagas. El ecosistema entero (no sólo el clima) afecta a este tipo de situaciones que se dan, en mayor o menor medida, todos los años. Unos luchan desde lo natural, buscando el equilibrio y el respeto por la naturaleza y otros atacan bombardeando el viñedo con venenos y plaguicidas. Como dice Roberto Olivan (otro defensor de lo natural) «es el viñedo el que te marca el ritmo y hay agricultores que quieren ser ellos los que marcan el ritmo a la planta». 

Alfredo Maestro en el viñedo afectado

Esta semana, Alfredo Maestro compartió en las redes sociales una fotos clarificadoras de lo que puede llegar a ocurrir cuando un viñedo se ve afectado por alguna plaga (las fotos que acompañan a este artículo) En este caso la de la «mosca verde». Se encontraba en uno de sus viñedos, que linda con apenas tres metros de distancia con el de otro señor que tenía un problemón tremendo. Había utilizado plaguicidas para luchar contra todo tipo de bichos. En su terreno no crece ni la hierba y la que crece está totalmente quemada por los químicos. Pues aún así, no consiguió detener a la mosca que ha dañado de manera considerable todas sus plantas. Sin embargo, las plantas de Alfredo que tan cerca estaban, no habían sufrido daño. En este caso, cuenta Maestro, no se trata de qué producto o no echar. No es una cuestión de líquidos. Lo que ocurre, explicó, es que al eliminar toda la flora que acompaña la vid, se quitó de encima también a mucho insectos que ni se acercan: abejas, mariquitas, avispas… etc. Que son ni más ni menos que depredadores naturales de múltiples plagas. Sólo con la presencia de un ecosistema enorme que no daña ni sobra, se puede evitar que determinadas plagas fastidien un año entero de trabajo. Da para pensar…

Por último les dejamos aquí otra imagen curiosa sobre los métodos que aplica Alfredo Maestro. A ver qué pájaro se atreve a acercarse a estas uvas maduras, a este viñedo en el que habitan… serpientes de colores falsas. ¡Espantapájaros super efectivos!