Hace no tanto tiempo el papel de la mujer, también en el mundo del vino, se veía relegado a un segundo plano. Pero esto afortunadamente ha cambiado y para bien. Hoy, aunque queda mucho por hacer, la mujer ha logrado avanzar dando grandes pasos que la acercan día a día a una convivencia realmente justa, en un mundo igualitario en el que la discriminación por su género quede totalmente desterrada. En lo que al vino se refiere, hemos pasado de la época absurda en la que la mujer tenía prohibido el acceso a las bodegas por ideas casi supersticiosas que ni merece la pena recordar, a ser testigos de proyectos vinícolas que están hoy día comandados por mujeres que con esfuerzo, tesón y sabiduría están haciendo vino en casi todos los rincones del planeta.
Juan Armas Rodríguez, padre de Sandra Armas, compró unas tierras en 1988 en las que desde hacía 50 años se cultivaba uva. Con su amplia experiencia en la agricultura y recuperando la tradición de sus antepasados de elaborar vino para autoconsumo acabó animándose y unos pocos años después había creado su propia bodega (embotellando vino) y reconvirtiendo otras 10 hectáreas de huerta y frutales plantando viña en espalderas. Sandra dirige hoy Bodegas Bentayga, en la que elabora vinos bajo la marca «Agala», situada en el Parque Rural del Nublo, con los viñedos más altos de la isla de Gran Canaria. Ha recuperado tierras de sus abuelos que ahora están también produciendo uva, ha ampliado acertadamente el abanico de uvas canarias injertando variedades como la vijariego tinta, la tintilla o la baboso, que cultivadas en esta altitud muestran todo su potencial. Ha renovado la imagen de marca con nuevas botellas y etiquetas. Sandra dirige la nave Bentayga con pulso firme y lo acerca al siglo XXI siendo referente en el sector grancanario.
Victoria es el primer nombre femenino que dirige su antigua bodega familiar situada en Fuencaliente, en la isla de La Palma. Antes que ella, su tatarabuelo Luciano, su bisabuelo Juan y su abuelo José habían elaborado vino en uno de los lagares de madera de tea que aún conserva y en los que se pisa la uva, añada tras añada, desde finales del siglo XIX. Ella recoge el testigo de su padre Matías y abandera un proyecto vinícola que de manera instintiva redirige hacia la vinificación natural, con una viticultura no invasiva en la que la viña se arrastra sobre el picón buscando el sustento en la humedad que las laderas del volcán son capaces de robarle a las nubes y la brisa marina. Con variedades autóctonas que conserva, potencia y defiende con sus vinos monovarietales, sus ediciones limitadísimas y sus etiquetas artesanales, Victoria mantiene vivos los apellidos de sus antepasados, unidos de manera inevitable al vino, consiguiendo en los últimos años una proyección espectacular nacional e internacionalmente.