Hasta hace un tiempo, el consejo general era que cuando abrías un vino en casa y no terminabas la botella, los tintos debían cerrarse bien (lo mejor posible) con el tapón y dejarlos a temperatura ambiente. Con los blancos en cambio, la tendencia era a tenerlos siempre en nevera, incluso mucho tiempo antes de abrirlo. Una vez abierto, por supuesto que también. Tintos a temperatura ambiente y blancos a la nevera antes y después. ¿Es lo correcto?
En resumen:
Tintos: Conservarlos a temperatura ambiente, fresca, antes de abrirlos. Una vez abiertos, lo mejor es la nevera para ralentizar su degradación.
Blancos: No exponerlo demasiado tiempo en nevera antes de su consumo. Enfiarlo lo más rápidamente posible antes de abrirlo hasta su temperatura óptima. Una vez abiertos, lo mejor siempre será la nevera pero no por mucho tiempo: deben consumirse en pocos días. Los blancos con crianza no deben ser expuestos nunca a temperaturas de refrigeración, ni antes ni después de abrirlos. Recordando que su temperatura de consumo ideal es intermedia, casi llegando a la de un tinto joven.