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vinos en nevera

El verano complica sobremanera la conservación de los vinos, abiertos o no. Debemos procurar siempre que en casa permanezcan en lugares frescos y a poder ser alejados de la luz  y de cualquier electrodoméstico que pueda hacer variar la estabilidad de la temperatura en la zona donde los hayamos almacenado. Todos no tenemos la disposición ni el espacio para tener en casa una vinoteca eléctrica que conserve los vinos todo el año a la temperatura perfecta, así que hay que tener en cuenta estas medidas.

Hasta hace un tiempo, el consejo general era que cuando abrías un vino en casa y no terminabas la botella, los tintos debían cerrarse bien (lo mejor posible) con el tapón y dejarlos a temperatura ambiente. Con los blancos en cambio, la tendencia era a tenerlos siempre en nevera, incluso mucho tiempo antes de abrirlo. Una vez abierto, por supuesto que también. Tintos a temperatura ambiente y blancos a la nevera antes y después. ¿Es lo correcto?

Estas recomendaciones han cambiado. El problema de un vino abierto es que si no lo conservamos en las condiciones idóneas tiende a perder rápidamente sus mejores propiedades organolépticas. Se producen determinados cambios químicos (y por supuesto la oxidación) que hacen que el vino empeore. Ahora, según los expertos, la recomendación es guardar los tintos no acabados (bien cerrados) en la nevera. El frío entre 5 y 7ºC ralentiza su degradación y es lo mejor que podemos hacer para disfrutar de ellos en otro momento.

Los blancos de añada, sin crianza, no deben permanecer demasiado tiempo a bajas temperaturas. Ni antes, ni después de abrirlos. Deben permanecer por lo general a temperatura ambiente (siempre que sea fresca) y deben enfriarse drásticamente justo antes de su consumo. Exponerlo a demasiado frío durante mucho tiempo pude afectarle negativamente. Una vez abierto, debe ir a nevera pero no permanecer allí demasiado. Lo mejor es consumirlo rápidamente. Los blancos más complejos, con algo de crianza, no deben nunca verse sometidos a largos periodos de frio. Ni siquiera para consumirlos, pues son vinos que requieren una temperatura casi tan «cálida» como la de un tinto joven. 

En resumen:

Tintos: Conservarlos a temperatura ambiente, fresca, antes de abrirlos. Una vez abiertos, lo mejor es la nevera para ralentizar su degradación.

Blancos: No exponerlo demasiado tiempo en nevera antes de su consumo. Enfiarlo lo más rápidamente posible antes de abrirlo hasta su temperatura óptima. Una vez abiertos, lo mejor siempre será la nevera pero no por mucho tiempo: deben consumirse en pocos días. Los blancos con crianza no deben ser expuestos nunca a temperaturas de refrigeración, ni antes ni después de abrirlos. Recordando que su temperatura de consumo ideal es intermedia, casi llegando a la de un tinto joven.