Cuando alguien quiere criticar el exceso de maderización de un vino a veces utiliza la expresión “sopa de roble”. Igual lo has escuchado o leído en alguna parte. Y es un concepto que ha hecho daño al mercado del vino español visto desde afuera. Si bien (como en todo) no es bueno generalizar, esto tiene cierto fundamento. Aunque ahora hay un cambio de tendencia en el consumo, hace años se entendía que los “vinos buenos” eran los Reservas y Grandes Reservas de las zonas más comerciales, con largos procesos de crianza en barricas y por tanto mayor oxidación y reducción. El vino recibe a lo largo del tiempo de estancia en el roble demasiada madera y el resultado no gusta a todos los paladares.
La barrica de madera es un invento bastante reciente en la historia del vino a nivel mundial, que anteriormente era almacenado en ánforas u odres de cuero que transmitían sabores y aromas indeseados. Sobre todo éstos últimos. En algunas partes del mundo empezaron a construir recipientes de madera de diferentes tipos (castaño, cerezo, acacia…) aunque generalmente eran muy grandes, con lo que el aporte de ésta en el vino era limitado. Por otro lado, su uso casi indefinido en el tiempo acababa provocando la aparición de tartratos cristalizados que recubrían la superficie por completo, con lo que el material en contacto del depósito pasaba a ser algo más parecido al vidrio que a la madera.
La aparición de las barricas de menor tamaño y el uso del roble se generalizó de manera paralela al desarrollo del comercio marítimo, gracias al cual también se experimentó la mejora de algunos vinos tras su paso por la madera. De este modo en 1886 aparecieron las barricas conocidas como “bordelesas”, ya que los más importantes Châteaux de Burdeos comenzaron a extender su uso y a estandarizar el recipiente de 225 litros, hecho únicamente de roble.
El uso de la madera en la vinificación está presente en la gran mayoría de bodegas de nuestro país. Muchos elaboradores sacan al mercado cada año varias referencias en las que encuentras un poco de todo: vino joven sin paso por madera, crianzas, reservas, blancos fermentados en barrica… vinos que buscan hueco en los gustos de todo tipo de consumidores. ¿Pero qué son los vinos conocidos como “robles”? Igual lo has escuchado alguna vez y te ha dado cosa preguntar. O lees en la etiqueta “Tinto Roble”, pero al ver la añada te extraña que sea un vino reciente… por tanto no hablamos de un crianza.
Los vinos etiquetados y vendidos como “Robles” son vinos de añada, por tanto jóvenes, que han permanecido en barrica por un tiempo limitado (generalmente entre 6 y 9 meses) por lo que la extracción de taninos y sustancias aromáticas de la madera es corta, así como el teórico proceso de concentración por reducción o pérdida de agua. Un tiempo corto… pero intenso, ya que muchas bodegas utilizan este proceso y sacan estos vinos como referencia básica de su catálogo para “envinar” sus barricas nuevas. Comenzamos hablando de “maderizar” vinos y pasamos a “envinar” la madera.
¡Claro! La madera nueva es más “agresiva” con el vino que introducimos en ella. La extracción de taninos y el traspaso de aromas (así como el aumento del grado del alcohol) es más rápido cuanto más reciente es el roble. Por tanto este primer uso de las barricas con vino joven prepara los recipientes para maderizar de manera más lenta el vino que posteriormente destinaremos a crianzas y reservas.
Total, que ese “tinto roble” que viste en el catálogo o en la estantería de tu tienda especializada no es más que un tinto joven bien peinado y vestido para cualquier ocasión. Son también vinos más económicos pero con alma de crianzas. Encontramos en ellos mucha fruta, mucha vida, pero también un paladar redondeado por la madera y sus aportes tostados, especiados, chocolateados…
Desde hoy ya no podrás decir que no sabes lo que es un “Tinto Roble”, ni ser reticente a hacerte ya con unas botellitas que te ayuden a pasar a la práctica tras leer este artículo. ¿Qué tal comenzar con nuestro pack especial de enero?
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