Los verdaderos apasionados del vino, profesionales o aficionados, nos enamoramos de verdad de esta bebida cuando aprendemos a identificar notas básicas del perfil a partir de las características organolépticas que somos capaces de reconocer. Y es que cuando catamos, no solo estamos disfrutando de una bebida: estamos viajando. Cada sorbo encierra pistas sobre el lugar de donde viene, como si la copa fuera una postal líquida que nos habla del clima, del suelo, de las variedades de uvas y del saber hacer de sus elaboradores.
Reconocer el origen de un vino al catarlo no es un acto de magia, sino de observación, sensibilidad y memoria. Aprendamos hoy qué características te pueden ayudar a intuir la procedencia de un vino.

Un clima cálido produce uvas más maduras, más dulces, con las que se elaboran vinos intensos,sabrosos y de mayor grado alcohólico.
El clima: la temperatura que se siente en la copa
El clima de una región vitivinícola tiene un gran impacto en el carácter del vino. En zonas frías (como Borgoña o partes de Alemania) las uvas maduran lentamente, lo que da lugar a vinos más ligeros, con acidez marcada y aromas delicados —piensa en frutas rojas frescas o flores—. Por el contrario, en climas cálidos (como algunas zonas de Australia o el sur de España), las uvas maduran rápido, acumulando más azúcar, lo que se traduce en vinos con más cuerpo, grado alcohólico alto y sabores a frutas maduras o incluso confitadas.
El suelo: el carácter mineral
El suelo en el que crecen las vides también deja su huella en el vino. Un vino cultivado en suelos calcáreos puede tener una sensación de frescura y cierta salinidad, mientras que uno de suelos volcánicos, como los de Lanzarote o Sicilia, puede tener toques ahumados o de piedra. Aunque no se trata de “saborear la tierra”, sí es posible percibir cómo influye en la estructura y el perfil aromático del vino. Si quieres saber más sobre cómo influye el suelo en el perfil de cada vino, echa un vistazo a este fantástico vídeo en el que el enólogo Bertrand Sourdais lo explicaba muy bien.

Laderas de pizarra en el Priorat, donde el perfil de sus vinos está absolutamente condicionado por el suelo
La variedad de uva: el ADN del vino
Cada uva tiene su propio lenguaje. La Syrah, por ejemplo, suele expresar notas de pimienta negra y frutos oscuros, mientras que la Sauvignon Blanc nos habla con acentos herbáceos y cítricos. Saber identificar algunas variedades puede ayudarnos a reducir las posibilidades del origen: es fácil entender que no es lo mismo una Tempranillo de Rioja que una Malbec argentina.
Si hablamos de variedades canarias, citando algunos ejemplos, podemos decir que la es muy aromática y sutil. Con aromas a fruta tropical, miel, flores blancas y por supuesto su mineralidad propia del suelo del que proviene. La Albillo Criollo tan destacada en La Palma tiene aromas a fruta blanca, notas florales y minerales. Es sutil, delicada y aromática. Y la Listán Negro tiene una marcada mineralidad, frescura vibrante y taninos suaves. Aromas de frutos rojos frescos, notas herbáceas y un sutil fondo ahumado o terroso, reflejo directo del terroir volcánico.

La Ribeira Sacra. Donde su viticultura heroica, su latitud al norte de la península Ibérica y la presencia del río marcan el perfil del vino.
La zona geográfica: el estilo cultural
Además del entorno natural, cada región del mundo tiene tradiciones vitivinícolas propias. Por ejemplo, los vinos franceses tienden a buscar el equilibrio, la sutileza y la expresión del “terroir” (el entorno), mientras que en el Nuevo Mundo (como California, Chile o Australia) es más común encontrar vinos más expresivos, frutales y con mayor intervención tecnológica. El estilo general también nos da pistas de su procedencia.
—
En definitiva, reconocer el origen de un vino es como leer entre líneas. No hace falta ser experto, solo estar dispuesto a observar, a oler, a saborear con atención… Y a dejarse llevar. Cada botella tiene una historia que contar. Solo hay que saber escucharla con los sentidos, cerrar los ojos y viajar sin movernos de casa.