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Vinófilos
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Un premio que invita a reflexionar sobre el oficio

La reciente edición de los Premios de la Academia de Gastronomía de Las Palmas ha puesto en valor distintos oficios que sostienen la experiencia gastronómica en las islas: cocinas, salas, bodegas, proyectos que crecen con trabajo constante.

Dentro de ese contexto, recibí el reconocimiento a Mejor Sumiller 2025, un gesto que agradezco profundamente y que me sirve —más que para celebrar— para detenerme un momento y pensar en qué significa hoy ser sumiller.

Porque este tipo de premios no hablan solo de nombres. Hablan de una profesión que está cambiando, que se está ensanchando, que cada vez exige más mirada, más contexto y más comprensión del territorio.

Por eso creo que, más allá del galardón, lo interesante es preguntarse:

¿Qué se está reconociendo cuando se reconoce a un sumiller hoy?

Durante años, la figura del sumiller estuvo muy ligada a la sala: la carta, el servicio, la guarda, el protocolo. Todo ello sigue siendo parte del trabajo, pero ya no lo define por completo.

El vino ha evolucionado.
Los productores también.
Y quienes acompañamos ese vino tenemos que hacerlo de otra manera.

Hoy se valora al sumiller que entiende el territorio, que escucha a quienes trabajan la viña, que pregunta, que viaja, que se equivoca y vuelve a empezar.

El que sabe traducir todo ese aprendizaje en una experiencia honesta para quien se sienta a la mesa.

Ese es el punto desde el que nace esta reflexión.

El sumiller de hoy

El sumiller de hoy ya no se entiende sentado en una sala esperando a que el vino llegue a la mesa.

Ese modelo quedó atrás.

La figura actual del sumiller es una figura en movimiento: viaja, cata donde nace el vino, pisa el campo, come lo que come el productor y escucha acentos distintos para comprender qué hay detrás de cada botella.

Porque el vino también ha cambiado. Se ha vuelto más preciso, más artesano, más pasional y más humano.

Cada vez importa menos lo industrial y más lo que está hecho con intención y con identidad. Y para entender estos vinos, el sumiller tiene que salir al mundo, abrirse, equivocarse y volver con algo que contar.

El sumiller moderno es intérprete y narrador. Traduce complejidad en sencillez, acompaña sin protagonismo y da contexto sin abrumar.

Pero también es gestor: construye cartas con criterio, sostiene el equilibrio entre emoción y rentabilidad y aporta sentido a la experiencia.

En esencia, es un puente.

Entre el territorio y la mesa.
Entre el productor y el cliente.
Entre la historia del vino y el instante en que alguien lo bebe.

Un profesional dinámico, curioso y cercano que entiende que cada copa necesita verdad.

Y esa verdad solo se encuentra saliendo a buscarla.

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