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Artículo escrito por Mario Reyes para l’Excellence, importadores de vinos franceses en España, en colaboración con su departamento de comunicación.

Últimamente no paro de darle vueltas en la cabeza a este asunto: Cómo se empeña el sector (nos empeñamos todos) en intentar convencer a la gente de lo que es bueno y lo que no.

En mi trayectoria profesional, vinculada al mundo del vino en general y siempre sintiendo gran pasión e interés por él, he sido testigo de muchos cambios. He visto dar tantas vueltas a esto del gusto y de las tendencias… Tantas idas, venidas y vueltas a empezar… Escuchamos hablar durante un tiempo de técnicas vitivinícolas ultramodernas, para luego volver a los estándares más clásicos y más ancestrales posibles. He oído muchas cosas interesantes y otras, no tanto. Pero siempre respetando al interlocutor y siempre intentando absorber la mayor cantidad de información posible. Al fin y al cabo, el gusto general evoluciona va, y vuelve. Y lo que antes era hortera ahora puede llegar a ser tendencia, quién sabe. ¿Quién tiene la respuesta?

Pero de un tiempo a esta parte me sorprende encontrarme con frecuencia con esa actitud de los que se empeñan en estar siempre en posesión de la verdad, en querer demostrar lo indemostrable. Intentar convencernos de que la manera de hacer buen vino es siempre es la suya. Y los demás están equivocados. Supongo que esto habrá sido toda la vida así. O no. Quizás debe ser por la cantidad de información y la rapidez con que nos llega hoy en día, que uno se satura y termina diciendo basta. Y a todo esto, ¿quién se acuerda del consumidor final? Ese es al que realmente tenemos despistado.

No me cabe duda de que esto, en un país como el nuestro, se debe a la falta de cultura del vino que padecemos. A esa falta de definición, de acuerdo, de lo que es el vino de calidad. Esa ausencia de un modelo maduro, en el que las zonas estén bien definidas, en estilo, en el reconocimiento de las mejores parcelas, en la elaboración de buen vino con la metodología que se quiera, pero buen vino. Algo que nos permita alejarnos de tanto ombliguismo vitivinícola, tanto ego malgastado.

En este sentido lo que más me gusta de nuestro país vecino, Francia, hablando siempre como observador extranjero, es comprobar que este trabajo ya se hizo hace muchos años y aunque su modelo esté siempre en evolución, los vinos está muy bien definidos por zonas, variedades y parcelas. Los grandes productores están profundamente asentados y son los que abren al mercado cada zona, dándoles prestigio. Para que detrás de ellos puedan crecer sus vecinos y vender sus vinos también. ¡Hay hueco para todos!  

Sumilleres en posesión de una única verdad: la suya. Bodegas que miran de reojo al vecino, porque el vino realmente bueno es el suyo. Periodistas y críticos que quieren tener la verdad absoluta y difundirla desde sus privilegiadas atalayas, y se venden por no pagar un billete de avión y una noche de alojamiento. Denominaciones de origen que no ayudan a definir la calidad de su zona y reparten contraetiquetas como el que regala globos y banderas en un mitin.

En fin, tampoco quiero ser catastrofista, pero creo que lo ideal es que dejemos que cada cual haga el vino como quiera, lo venda al precio que considere justo y en el mercado que prefiera. Si es de calidad mejor, y si encima puede vivir de ello con dignidad pues fantástico. ¿Quién dice que el mejor vino envejece con barricas nuevas o con barricas viejas? ¿Es el de suelo calcáreo o arcilloso? ¿Con más o menos sulfuroso? ¿Limpio y brillante, o vino naranja? ¡Qué más da! ¿Está bueno? ¿Te gusta? ¿Te lo beberías? Ahhh que no, que no lo encuentras… Pues sigue buscando. Y deja paso, que sobre gustos no hay nada escrito.