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Matt Kramer Canarias Vinofilos                                                                                                           Imagen: Winespectator.com

Matt Kramer
es un conocido crítico de vinos americano, cuya trayectoria profesional comienza en el año 1976. Columnista habitual de la revista Wine Spectator, es muy duro con determinados sectores del vino de su país. De hecho, por algunos, es considerado el mayor “anti-estadounidense” en lo que al vino se refiere. Defensor a ultranza del terroir y buscador incansable de vinos por todo el mundo.

Ayer martes 5 de julio de 2016 publicó un artículo en la web de Wine Spectator en el que cuenta lo acontecido en uno de sus últimos viajes: el que le trajo hasta Canarias hace unas semanas y en el que visitó bodegas y productores de la isla de Tenerife.

En este artículo encontramos como Kramer se marchó gratamente sorprendido por lo que encontró y cató. De hecho, el argumento central de este texto parte de su encuentro con nuestro compañero Agustín García Farráis, director de Vinófilos en la provincia de S.C. de Tenerife y enólogo de su proyecto familiar: Bodegas Tajinaste. Pone como ejemplo un vino que surge de un proyecto colaborativo puesto en marcha desde el departamento técnico de nuestra empresa, como es «Paisaje de las Islas» elaborado con la uva Forastera Gomera («Forastera Blanca» para Kramer) Este segundo blanco del proyecto (tras el Malvasía Aromática/Marmajuelo) con un ligero paso por barrica, fue obra del trabajo conjunto en Tajinaste entre Agustín y otro enólogo del equipo al que no queremos dejar de nombrar: Zebenzuí Reyes. Todos los vinos de Paisaje de las Islas, presentes y futuros, salen al mercado bajo la DOP Islas Canarias.

PAisaje Islas Forastera Gomera Blanca

Matt Kramer pone en valor en su relato la -en otro tiempo- tan temida globalización de métodos y técnicas vinícolas, que actualmente está consiguiendo que zonas desconocidas por los grandes mercados brillen con luz propia. Recuerda como en las décadas de los 80 y 90 del pasado siglo, fueron legión los críticos que alzaron la voz en contra de la expansión de la metodología francesa por todo el planeta, con la idea de que en el futuro «todos los vinos sabrán a lo mismo». Y reconoce que en parte no les faltaba razón, pero también que nadie fue capaz de prever que este efecto globalizador iba a conseguir finalmente que zonas que de manera tradicional elaboraban vinos «oscuros», complejos, alejados de cualquier tendencia comercial, fueran a conseguir destacar con vinos correctos, puros, singulares, sin «florituras estilísticas» ni defectos que distraigan los sentidos. Vinos espectaculares que desconocía y sobre los que promete hablar más en próximos artículos. 

Les dejamos a continuación con nuestra traducción al español de su texto, que si quieren pueden leer también en inglés. Sean comprensivos: nosotros vendemos vino, no somos traductores, pero hemos querido acercarles lo más posible a este artículo que, creemos, merece mucho la pena.

“Miedos infundados”, por Matt Kramer
Publicado en Winespectator.com el 5 de julio de 2016

Es un dicho probado y demostrado para siempre y por todo el mundo: Tienes que viajar, no sólo para conocer cosas nuevas, sino también para obtener perspectiva.

Un chico de la costa oeste ciertamente no iría a las Islas Canarias, frente a las costas de Marruecos. (Para los europeos no es para nada un destino exótico: Millones de ellos van cada año a esas islas para pasar sus vacaciones de “sol y playa” de bajo coste en los enormes complejos hoteleros que bordean su costa)

He querido ir a las Canarias, como son conocidas coloquialmente estas siete islas, desde hace varios años. Por una única razón: el vino. Hasta hace unos pocos años los vinos canarios eran desconocidos y nunca vistos en América. Desde luego, yo no sabía nada sobre ellos.

Luego comenzaron a llegar, con nombres de variedades oscuras como Listán Negro, Listán Blanco, Negramoll, Vijariego, Marmajuelo y Tintilla, entre otras. Los nombres de los productores tampoco eran conocidos. Incluso viendo las etiquetas, al menos para mí, era como catar a ciegas. No sabía nada, excepto lo que mi paladar me transmitió.

El mensaje que recibía repetidamente era claro y convincente. Estos vinos están realmente buenos. Tenían un frescor sorprendente, una refrescante acidez, que no esperaba de una ubicación situada tan al sur. Los sabores eran originales y la elaboración del vino era moderna, en el mejor sentido de la palabra. Casi ningún vino mostraba toques de roble. Eran, en conjunto, limpios, de sabor puro y diferente. Tenía que ver esos viñedos y conocer a algunos productores.

He hecho tantas veces eso de viajar en plan “ir, ver, probar y hablar” en tantas partes del mundo. Les puedo decir de inmediato que este viaje a Canarias merece la pena. Hablaré sobre todo ello más ocasiones. Vendrán más artículos.

Pero lo que no podía prever era la alta calidad general de los vinos canarios que hay que poner en relieve: Estos vinos están hechos con “estilo internacional” y es lo mejor para ellos.

Permítanme ponerles en antecedentes históricos. A partir de la década de 1980, y más aún en los 90, todos los críticos de vinos – minoristas, mayoristas, importadores, consumidores y sobre todo escritores y críticos especializados estaban en contra de la “internacionalización” en la elaboración del vino y su estilo. Este estilo internacional implicó el uso generalizado de barricas de roble, la fermentación a temperatura controlada, los vinos no oxidativos, la crianza en madera, diversas técnicas de trabajo con los taninos y otras decisiones vinícolas que se han visto criticadas con frecuencia, casi anunciando la desaparición de los vinos singulares, la homogeneización del vino en el mundo.

Siendo justos, esta legión de críticos no estaban en aquel entonces –tampoco hoy en día- equivocados. Cada vez es más difícil encontrar esta originalidad (o idiosincrasia) ejemplificada en Rioja por los vinos de Bodegas López de Heredia, que ofrece vinos blancos con crianza que son oxidativos, es decir, expuestos al aire en barricas de roble pero que en realidad no se oxidan. O algo todavía más singular, un rosado de diez años que sale a la venta.

Reconozcámoslo, esto de “todos los vinos sabrán a lo mismo”, esta amenaza del “estilo internacional” no sólo no ha llegado a pasar sino que este enfoque ha ayudado e instigado a la elaboración de una serie de nuevos vinos nunca antes vistos, ni distribuidos ni reconocidos en los mercados más lejanos.

Los vinos canarios son un ejemplo de ello. El joven Agustín Farráis de Bodegas Tajinaste aquí en Tenerife, habló por muchos de los productores que conocí estos días cuando dijo: “Se han hecho buenos vinos en Canarias. Pero desde finales de los 90 y actualmente, estamos haciendo muy buenos vinos, como nunca antes”.

Los que temían esta homogeneización, este estilo internacional, nunca previeron que lejos de la presión y la sofocante ambición de algunos productores, especialmente en lugares donde los vinos tradicionalmente habían resultado rústicos y poco prometedores, las mismas exigencias de modernidad, de conseguir vinos estandarizados por el estilo internacional, han convertido (a menudo merecidamente) aquellos vinos oscuros en vinos admirados que llaman la atención.

Eso, a su vez, aceleró la aparición de un número impresionante de nuevos vinos y productores y zonas desconocidas de igual modo en los mercados internacionales.

No recuerdo a nadie que predijera, allá por los años 80 o principios de los 90, que algún día llegaría una avalancha de vinos interesantes y muy bien hechos (no sólo meras curiosidades) de la talla de Liguria, Sicilia, Croacia, Tasmania, zonas antes complejas de España y Portugal y, no menos importante, las Islas Canarias. Lejos de la presión del estilo internacional, se benefician de él. En pocas palabras, que ayudó a conseguir que sus vinos fueran más limpios, brillantes, menos oxidados, más frescos y con una apariencia más pura.

Piense en un viejo cuadro, apagado, oscurecido por el barniz, que ha sido cuidadosamente restaurado, que ahora luce con sus colores y sus detalles vivos y relucientes. Ahora lo entiendes.

Te voy a dar sólo un ejemplo de lo que quiero decir. Mientras estaba catando con Farráis, de Bodegas Tajinaste, me presentó un vino llamado “Paisaje de las Islas 2014 Forastera Blanca”. Era extraordinario, ofrecía un brillante color amarillo oro, con un aroma ligeramente especiado y cítrico, de textura untuosa. Estaba lejos de tener demasiada madera (uno de los excesos que encontrabas antes) o incluso de que el roble apareciera en absoluto. Más bien, al igual que todos los vinos elaborados por el señor Farráis, era vibrante y puro, sin fallas técnicas de distracción o florituras estilísticas. ¿Esto es estilo internacional? Puede apostarlo.

Pero fue precisamente el no tener miedo a obtener la antigua turbidez, el mal gusto, y la presencia de un limpio –y no tan chirriante- sabor definido, lo que hace que este vino sea tan inmediatamente entendible. Hablaba mi idioma, y yo también hablé –y entendí- su lenguaje.

¿Qué es Forastera Blanca? Pregunté pensando que era un lugar. “Oh, no” respondió Farráis, “es la variedad de uva”. El lugar, me explicó, es la isla de La Gomera, una de las islas más pequeñas de Canarias”.

“La Forastera Blanca no es muy conocida”, dijo. “No estoy seguro, pero este puede ser el único ejemplo de vino embotellado elaborado con esta variedad. El vino proviene de vides injertadas que tienen unos 100 años de antigüedad. Hacemos 2000 botellas”.

¿Quién sabía algo de este vino? Yo no.

No sé ustedes, pero estoy impresionado por encontrar y disponer de vinos como este – y muchos, muchos otros igual de buenos y fascinantes- de numerosas zonas  y países.

Y estoy agradecido con el “estilo internacional” por, irónicamente, magnificar la singularidad intrínseca de estos vinos, en vez de perjudicarlos, como tanto se temía.