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El uso de barricas de roble en la producción de vino es una práctica centenaria que ha evolucionado a lo largo del tiempo. En este artículo, exploraremos el origen de estos contenedores y cómo se han utilizado a lo largo de la historia para mejorar la calidad del vino.

La necesidad de almacenar y conservar el vino en grandes recipientes se remonta a la antigua Grecia y Roma, donde se utilizaban ánforas de arcilla para estos fines. Sin embargo, fue en la Edad Media cuando las barricas de madera comenzaron a utilizarse en Europa. Los monjes de la época usaban la madera de los árboles de sus bosques más cercanos, y decidieron utilizar el roble por ser un árbol de presencia mayoritaria. Pero también por su ductilidad, sometido a condiciones de humedad y calor, para darle la forma deseada a los diferentes recipientes.

Con el tiempo, descubrieron que el roble era una madera ideal para la producción de barricas debido a sus propiedades únicas. La madera de roble es rica en taninos, lo que ayuda a estabilizar el vino y aportarle sabor y aroma. Además, la porosidad de la madera permite que el vino respire y se oxigene gradualmente, lo que contribuye a la maduración y el desarrollo de los sabores y aromas complejos del vino.

Inicialmente, las barricas de roble se utilizaban sobre todo para transportar vino de un lugar a otro, ya que su forma redondeada y su tamaño eran ideales para viajar en carruajes y barcos. Sin embargo, con el tiempo, los productores de vino comenzaron a utilizar las barricas de roble también durante la fermentación y el envejecimiento o crianza. Se dieron cuenta de que el vino que llegaba por barco a un destino lejano después de varios meses, había mejorado sus cualidades organolépticas respecto al vino probado en origen… Por lo que sólo el tiempo y el contacto directo con la madera habían sido los responsables de ello.

Descubrieron también que, al tener que someter a la madera a un tratamiento térmico, con fuego directo (tal y como se sigue haciendo en la actualidad) el interior de las barricas acababa con un grado de “tostado” que también influía en las características adquiridas posteriormente. Por tanto ahí se generó la necesidad de decidir, según el vino que quisiéramos obtener, el grado de tueste que queremos cuando encargamos al maestro artesano elaborador de barricas nuevas unidades.

¿Pero entonces el uso del roble lo que pretende es que el vino sepa a madera? ¡No! Lo que los enólogos quieren cuando deciden darle ese tipo de crianza más o menos prolongada al vino, en el interior de barricas de roble o cualquier otra madera, es mejorar su calidad. ¿Cómo? Logrando frenar mucho el proceso natural de oxidación del vino gracias a este material natural que lo aísla del exterior, mientras le transmite lentamente otros sabores y aromas.

En la actualidad, las barricas de roble siguen siendo una herramienta importante en la producción de vino. Sin embargo, los elaboradores han comenzado a experimentar con diferentes tipos de madera y métodos de envejecimiento. Maderas como la acacia, el castaño e incluso el pino en los tradicionales vinos canarios criados en barricas de tea. También el uso de ánforas de arcilla se ha recuperado, un material que también permite evolucionar al vino en su proceso de lenta oxidación, pero sin el aporte de los aromas y sabores de la madera. Incluso los depósitos modernos de hormigón, estos completamente estancos, permiten una evolución favorable sin modificar las cualidades del vino, naciendo aquí un concepto muy escuchado en los últimos tiempos: el de los vinos “desnudos”. Aquellos se que muestran como son sin “enmascarar” sus características con otros materiales.

En conclusión, las barricas de roble han sido una parte integral de la producción de vino durante siglos. Su uso ha evolucionado con el tiempo y ha contribuido a la mejora de la calidad y el sabor del vino. Aunque se han desarrollado nuevas técnicas y herramientas en la producción de vino, las barricas de roble siguen siendo una herramienta importante y valorada por los productores de vino de todo el mundo.